Estamos invitados a un banquete: La buena cocina de Leo Dolengiewich. La apuesta honesta a la ficción “pura y cruda” del autor tiene sus códigos. Quizá esta pequeña recepción a su blog oficie como una declaración de principios y un acuerdo con el lector: no se tratará de postres azucarados, cuentos de hadas o de final feliz.
En efecto, “La buena cocina” da nombre al libro y al primer microrrelato. Este título apunta al sentido primigenio de ficción: modelar, componer, representar. La narración, como un buen plato, depende de la cuidada selección de los ingredientes, de sus combinaciones, de su trabajo meticuloso, de su amasado, de su horneado y de su presentación.
La materia prima es el lenguaje y su ars combinatoria. Leo se hace de estos ingredientes, los elige, los moldea y obtiene resultados apetitosos como un buen cocinero. Por ser “pura y cruda”, esta cocina demandará gustos sibaritas y escogidos. No todo cabe en sus platos exquisitos: mezcla lo real, lo fantástico y recursos de la narrativa negra. Su poética se despliega para ofrecernos platos de alta calidad, condensados, en porciones pequeñas, selectas, listas para deleitar el paladar más exigente.
Literatura gourmet. A veces sorprende, sobre todo, en los remates que son inesperados aunque previstos en la selección de los ingredientes.
Miriam Di Gerónimo
LA BUENA COCINA
Parece que no les gustó la cena porque me secuestraron en la cocina, me cortaron una mano y prepararon un guiso con mi propia carne. A punta de pistola, me obligaron a comerlo. Debo admitir que son buenos cocineros: al fin y al cabo terminé chupándome los dedos.
