En todos los relatos de brujas las protagonistas son ellas pero en esta historia el personaje principal es una escoba. Este es el caso de la escoba de una bruja. De una escoba que vuela, que recorre países y mares, que toca el cielo, que se ríe con el sol, que tiene alas pero en el alma, que vive entre conjuros y hechizos, que es mágica.
Un día del mes de Mayo llegó a la familia Zalazar su séptima hija, Rubí.
La niña, al nacer, era puro pelos, nariz ganchuda, y aunque no existen bebés feos, ella era la excepción.
En el pueblo decían que la séptima hija mujer era bruja. Pero eso no pasaba de ser un chusmerío de viejas pueblerinas. Igualmente, ese día no dejaron de saludar a la familia ante tan alegre acontecimiento.
Nadie vino con las manos vacías. Frutas jugosas, batitas de lino, ramos de flores, mantillas bordadas y… una escoba, regalo especial de la vieja Lupe.
La mujer era conocida por predecir el futuro, hacer brebajes curativos, limpieza de hogares, en fin, lo que se dice una verdadera bruja.
Todo fue recibido con alegría y en seguida puesto en su lugar. Las frutas en las cestas, las flores en los jarrones, las mantillas y batitas en los cajones de la cómoda y la Escoba… Bueno, con ella no sabían qué hacer, por eso la arrojaron a una piecita con objetos en desuso. Después de ese episodio nadie más se acordó de ella.
Los años fueron pasando, la niña fue embelleciendo, creciendo feliz entre juegos y travesuras, aunque en el pueblo sabían que Rubí era distinta.
