La guerra

Primera novela del escritor bonaerense Ricardo Curci

 

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Las embarcaciones de comercio y exploración, las pacíficas naves llenas de mercancías, de seres delgados e inteligentes que dibujan gráficos inútiles, se convertirán en grandes barcos guerreros. Dispuestos a la conquista de nuevos territorios para la extensión del dominio. Pero sobre todo, para la venganza y la redención.
Los únicos sentimientos que podrán movilizar barcos aún no creados a través de aguas tormentosas, hacia bosques incendiados, animales muertos y volcanes en extinción. Hasta esa figura solitaria einconfundible, que con su cornetilla llama a la muerte y la hace actuar con el ritmo y la forma por ella dispuesta.
Puedo verlo más allá del mar, su figura, sus brazos dirigiendo las llamas en que las vírgenes arden. Asesinatos, no expiación. Ceremonia de crímenes humanos, no divinos. Y mientras tanto, los dioses permanecen mudos.

Antes de correr, se quedó mirando la montaña, asombrado por esos sonidos más grandes que los de cualquier animal o cosa que él hubiese conocido alguna vez. Más maravillosos y extraños aún que las tierras de las que le habían hablado, donde los hombres se asentaban para cultivar y construir hogares para el resto de sus vidas, donde los niños crecían hasta hacerse hombres en el mismo sitio en el que también morirían. Pero Tol nunca había alcanzado a ver todo esto, ni siquiera lograba imaginar cómo sería ver un mismo árbol, un lago de calmas aguas por más tiempo que el largo de un invierno. Sólo sabía de la vida simple de su pueblo, de las cacerías, ceremonias y ritos en las que el brujo era el representante de los dioses.

El viento y el cielo habían estado avisando, desde varios soles atrás, con un aroma a tierra húmeda y animales muertos, mientras las nubes se desplazaban alrededor de la montaña. Los hombres se habían reunido varias veces para decidir la partida. Los animales estaban huyendo hacia otras regiones y comenzaban a escasear en los bosques de Droinne.

Pero el brujo había decidido que aún no era el momento propicio.

Tol se preguntó la razón. Si hubiesen partido enseguida, no habrían dado tiempo al espíritu de la montaña para estallar. Le inquietó la idea de que habían sido engañados.

Con el primer estallido, los temblores estremecieron la tierra y una fuerza invisible empezó a empujar al pueblo como a un conjunto de hormigas arrasadas por un río desbordado. Los niños lloraban tapándose los oídos. Las mujeres gritaban y corrían sujetando a sus hijos de las manos. De todos lados aparecían las cabras escapadas de los corrales. Los hombres intentaron reunir a sus familias y organizar la huida, pero luego comenzaron a correr hacia cualquier parte que viesen libre de las piedras de fuego que atravesaban el aire.
El cielo comenzó a cubrirse de nubes grises y rojas que envolvían la cima del monte y el cielo circundante. Después, más nubes cubrieron el horizonte, y toda claridad desapareció.
Tol observaba aquel fenómeno del que le era difícil apartar su mirada. De la cima salían fuegos que caían sobre las laderas y comenzaban a descender hacia el valle. Los bosques de encinas y abetos blancos eran invadidos por la lava y los árboles estaban en llamas. Sólo comenzó a moverse al darse cuenta de que el miedo empezaba a insensibilizar sus piernas, y se sintió a punto de caer. Inspiró profundamente, y escapó mezclándose entre los demás. Pero sus ojos oscuros seguían
contemplado la montaña y el valle.

Tamaño

17 x 24 cm.

Páginas

488

ISBN

978-987-1692-68-2

Año

2014

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