De niña, todavía cuasi iletrada, solían preguntarme qué quería ser cuando fuera “grande”. Durante años mi respuesta siempre era “inventora”. Me veía con una bata blanca, yendo y viniendo entre alambiques, mor- teros, matraces y vaya uno a saber qué otros elementos seguramente entrevistos en alguna foto o ilustración.
El globo de ser inventora (al menos como yo lo había imaginado) agonizó indignamente hasta desaparecer cuando comprobé que tenía nula vocación para las ciencias exactas.
Fue un error de interpretación que pude subsanar: soy inventora, pero de historias, de personajes, de situaciones. La niña que alguna vez fui demostró ser más sabia de lo que todos sospechaban.
Y porque usted hoy leyó hasta aquí, lo invito a abrir la puerta de esta botica inusual.
Pase y lea con toda confianza.
Espero no defraudarlo.
La inventora
PEDAGOGÍA
Muchas novelas y cuentos de horror postulan que lo terrorífico se origina en las profundidades del mar o en las zonas oscuras del cielo.
Las mamás marinas y las aviares advierten a sus crías que tengan mucho cuidado pues lo malo desconocido y pavoroso siempre viene de la tierra.
