Un tango interminable de Lucila Lastero nos invita a sumergirnos en una historia que es también, y sobre todo, la exploración poética de una voz que ansía registrar y comprender los días sucedidos, junto a la rotunda y veloz caída de toda certeza.
Progresivamente asistimos al relato de una vida en suspenso y a la transformación de los espacios que es, al mismo tiempo, la metamorfosis de las subjetividades que se apropian de los mismos. La protagonista siente su vida en impasse, en un punto intermedio, indefinido e inasible, porque los otros, conocidos y desconocidos, van paulatinamente desdibujándose, saliendo de escena, y junto con ellos los sonidos, los afectos y los proyectos, que “se fueron evaporando bajo el fuego implacable del tiempo”.
Irene López
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Fui a Buenos Aires por una semana. Terminé quedándome siete meses.
El día en que volví del aeropuerto sin haber logrado subir al último avión que salía para Salta, arrastrando la valija como quien tira de un cuerpo muerto, atravesada por una angustia que me embotaba hasta los huesos, no sabía que las garras de la ciudad recién comenzaban a tantear su zarpazo sobre mí, augurando un cautiverio de horas incontables. Por ese entonces, se hablaba de una suspensión total de transportes y de actividades por quince días, en todo el país.
Tendría que haber leído la catástrofe en los ojos espantados del conserje del hotel apenas me vio llegar y pedirle la misma habitación en la que había estado antes.
