Si se quisiera mostrar la capacidad de la microficción para albergar prietamente condensado todo el universo literario, podría recurrirse a este libro. Basta recorrer los títulos que agrupan microrrelatos afines: Microenigmas, Minicuentos oníricos, Minificciones policiales, Encuentro y desencuentros mínimos, Micro Ciencia- ficción, Inter – Micro Textos, Microcuentos de Terror, Microaventuras del Tiempo, Tratados Microantropológicos, etc. Toda la constelación temática de la narrativa en formato brevísimo. Tampoco faltan, aunque hay una abrumadora mayoría de textos fantásticos y extraños, las microficciones realistas y las que adoptan la estética del absurdo.
Romagnoli ha elegido la ciudad como ámbito alegórico de este libro, una urbe seguramente cosmopolita, llena de color y de sorpresas. El libro se abre con la ciudad que es desplegada al modo de una gigantesca alfombra y se ofrece a la luz y al caminante. Recorrerla, descubrirla, es leer los microrrelatos que la habitan, deslumbrarse. Luego sobreviene la oscuridad: misteriosos obreros vuelven a plegarla. La ciudad desparece con el libro que se cierra. El deslumbramiento, no.
Raúl Brasca
EL NIÑO Y EL MAR
Por las mañanas, el niño cava un pozo en la arena de la playa. Antes del mediodía, con suma paciencia y presteza, comienza a acarrear agua desde el mar hasta el pozo en su pequeño, ínfimo balde. Hacia el atardecer, cuando su madre insiste en que deben marcharse, él se despide de la luna vespertina prometiéndole lograr un día vaciar todo el océano. A continuación, el agua filtra por el fondo del pozo y se restituye al mar lentamente, de modo que antes del anochecer vuelve a subir la marea.
