CARTA PRÓLOGO
Tu Vértigo verbal del suicida reincidente me ha dejado deslumbrada y feliz (también agotada, fascinada, encantada y desolada pero huyo de las cacofonías). Qué magnífico libro has escrito, pero sobre todo cuan distinto.
Últimamente hay tanto minificcionador escribiendo por plantilla: referencia intertextual, giro temático ingeniosillo, final sorpresivo. Tienen incluso un sonsonete: suenan algo así como tatatatá tatata tatatá. Aburren en su homogeneidad.
Tú no, hiciste otra cosa: escribiste joyitas. Cada una distinta a la anterior en lo narrativo, en los temas, en el acercamiento a los personajes, en la resolución formal. Hay de todo: epigramas, minificciones, poemas prosaicos, cuentos fantásticos. Hay textos tristísimos y desoladores, irónicos y profundos.
Que sean distintas no es poca cosa. Son ideas, personajes, situaciones y formas narrativas diferentes. Pero además, todas exquisitamente escritas, casi cinceladas, como miniaturas de marfil. Una siente que no hay una coma en exceso, que no hay un adjetivo factible de ser eliminado. Es el minimalismo perfecto: todo sirve, nada sobra, nada falta.
Y los temas, Alejandro, los temas. ¿Cómo hiciste para huir del lugar común empleando temas tan conocidos, tan de siempre, tan clásicos podríamos decir. Yo no pensaba que era posible leer otro texto sobre Blancanieves que pudiera asombrar, otro cuento de fantasmas verdaderamente inesperado, otro relato policial visto desde un punto de vista radicalmente distinto, una génesis alternativa o un texto que recuerda a La rosa púrpura del Cairo pero de otra manera.
Pero lo mejor es que en tan pocos caracteres das cabida a varias lecturas posibles. En algún momento terminó siendo un juego para mí: este me lo voy a leer como lo leería un ateo, ahora como si fuera una alegoría, después como una sentencia. “En la cima” podría ser un nuevo traje del emperador, “La magia equivocada” una historia de amor. Eso sin contar que cada texto hace pensar en los referentes más inesperados: “Corner” le habría encantado a Luis Buñuel; “El incomprendido” a Lord Dunsany; “El ballet Morrison” a Séneca. A veces Javier Marías se pasea por las páginas calladamente -me lo encontré en “La última expedición”- y se va sin dejar huella.
Claro, es un libro que hay que tomar con cuidado porque entristece y duele: mucha muerte, tanta soledad, todo es vacío. Los personajes íngrimos, robados, encerrados, siempre con las manos vacías, encontrándose en situaciones incomprensibles donde nada es lo que parece, como no sea la locura. Los amores serán callada y discretamente desgraciados (nada de Callas, más bien Wong Kar-Wai) y la muerte estará allí siempre, siguiéndolos a todos (siguiéndonos a todos) como una sombra.
En fin Alejandro, me encantó tu libro. Ahora, después de leerlo, voy a llorar un ratito para comenzarlo otra vez.
Violeta Rojo
UNA JAULA DE CRISTALES DISPERSOS
No habla nunca. Permanece en el rincón de la habitación. La vista perdida Dios sabe dónde. Las manos crispadas sobre un revólver, ahora cubierto de polvo. Una Biblia abierta frente a él. El murmullo de la radio que nadie se atreve a apagar. Algunos dicen que ya estaba ahí cuando el hotel fue construido. Otros dicen que recién llegó la noche anterior. La habitación es alquilada. Se le avisa a los inquilinos que el suicida indeciso es un hombre manso. Que no le hace daño a nadie y que con el tiempo su presencia deja de notarse.
Que por favor no le hablen. Que por favor no lo alimenten. Que muchas gracias por la visita, vuelva pronto.