LO PEQUEÑO
Cuando era chica, me regalaron una casa de muñecas. El techo de la casa era corredizo y, al deslizarlo, sacaba muebles dignos de Pulgarcita. Dos sillas y una mesa cuya vajilla era improvisada con dedales y cápsulas de azafrán; un aparador en el que las cuentas de los collares se volvían frutas; y una cama de madera cuyo edredón, a base de mucha paciencia, fui tejiendo con dos palillos.
Mis juegos pasaron pero lo pequeño aún me habita. Permanece en los barquitos que pliego hasta el límite de lo breve; en la cinta de regalo que, entre mis dedos, se transforma en rosa; en la diminuta métrica del haiku, que abarca mis pensamientos. Lo pequeño atrae, seduce, embosca desde el resquicio. Como la arena en la ostra, es el escozor que precede a la perla, a la blanca redondez de esta idea que me lleva a escribir.
Mariángeles Abelli Bonardi
Neuquén, 2016.
A CUESTAS
Pisando mi sombra, me retuvo. Trepó a mi espalda y me pidió que la llevara. Desde entonces, viajo con la noche.