Homero Manzi escribió: “un ladrido de perros a la luna…” Curiosamente la luna, —con su lluvia de harina iluminada— Martín y los perros tienen algo en común. Ellos nunca tocan el timbre, no llaman a la puerta. Pero, si usted se asoma a la ventana, los verá allí.
Si los deja entrar, si les franquea el paso, se meterán en su alma y en su corazón para siempre. Y es bueno que eso suceda.
Martín camina por las calles. Viene con la luna al hombro y lo sigue una legión de perros del conurbano, fieles, sabios y silenciosos… Que no le sean
indiferentes. Por esta vez, hágame caso.
Fabián Frontini
SON LAS CINCO
Son las cinco de la mañana y estoy en la estación de trenes. La ciudad todavía se encuentra totalmente a oscuras y desde el andén sólo puedo observar los faroles de la calle cubiertos por una cortina de lluvia. Hace frío, el servicio se encuentra demorado y el lugar lentamente comienza a poblarse de gente impaciente. Decido bajar las escaleras y marcharme lo antes posible de allí. ¿Esperar? ¿Para qué? ¿Esperar qué? Camino de aquí para allá deambulando sobre las veredas viejas como un fantasma errante que no puede acallar sus miedos. Estoy sentenciado, listo. El perfume de tu voz se impregnó en mi alma. Nos sentimos tan cerca que nos alejamos. Somos tan libres que estamos cercados. Soy la copia exacta de lo que nunca soñé y eso quizás sea lo más doloroso. Otra vez estoy borracho y hundido en el fracaso. En mis oídos retumban tus últimos gritos, mis sienes laten y pese a tu llanto incesante, anoche percibí cierta mezcla de amor y odio en tu mirada esquiva. Debería ser menos egoísta, bañarme, tomar un café y volver a abrazarte ahora mismo y para siempre. Pero me sobra cobardía para enfrentar tus ojos, aún es muy temprano para tan preciosa luz.