El habitante originario de estas tierras no dominaba la comunicación entre humanos. La suya se basaba en una lectura de los signos que la naturaleza les transmitía y eso les permitía subsistir armónicamente.
Por eso el silencio, la sabiduría de saber escuchar.
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La primera testigo de los relatos del estanque fue Carla Zabala.
Una noche de septiembre mientras caminaba por la plaza San Martín sintió la voz desgarrada que llegaba de algún lugar próximo pero que no era posible, en ese primer momento, identificar. La voz era lejana y ella sola alcanzaba para descubrir que quien hablaba era presa de melancolía mezclada con sufrimiento abrumador. Fueron varios los testigos que confirmaron su versión ya que como curiosos primero e hipnotizados luego fueron seducidos por la voz que todo lo dominaba a pesar de su tono quedo y secreto.
El estanque se encuentra en la plaza San Martín de la ciudad de Formosa, en el ángulo formado por las calles Sarmiento y José María Uriburu. Es este uno de los paseos obligados de los formoseños que en cualquier estación del año sienten las oleadas de calor que brotan de cualquier lugar u objeto. Desierta en horas de la siesta, hacia el atardecer los humanos se multiplican en las cuatro cuadras que ocupa este espacio verde con la idea de hacer ejercicios o simplemente mirar pasar los autos, la gente, el tiempo. El gran monumento del General San Martín da casi la espalda al estanque y más de uno ha buscado el motivo de esta postura tratando de relacionarla con una oposición a los sorprendentes relatos pero de las hipótesis ninguna convence lo suficiente como para pensar en una enemistad o diferencia ideológica. Tampoco el hecho de que esté de frente al gran homenaje a Juan Domingo Perón y con las patas delanteras del caballo listas para aplastar puede ser considerado un desplante. Se sabe sí que el padre de la patria siempre mantuvo un gran recelo hacia Graham Greene.
