Los chicos crecen comienza con un claro guiño a las instrucciones de las Historias de cronopios y famas de Julio Cortázar y recrea después el famoso sueño de Chuang Tzu que tanto desvelaba a Borges, pero estos son apenas dos ejemplos de un libro que ofrece títulos en tributo a canciones memorables (“Una casa con diez pinos”), que revisita mitos inmortales como el de Ulises, que aborda juegos formales como en “Artículo amarillista”, que entrega escuetos diálogos consignados a la manera de obra teatral, como en “Es una nube, no hay dudas”, que osa inversiones inquietantes (“Método”) y que transita los “colmos” que supieron desarrollar con tanto talento Ramón Gómez de la Serna o el belga Jacques Sternberg. Colmos que, en el caso de Gardella, ofrecen resultados como: “Aquel tobogán era tan alto que cada niño que se deslizaba por la rampa llegaba al piso con dos años más”.
“Para ser eficaz como microrrelato, una brevedad debe funcionar como una maquinita perfecta, diseñada y aceitada para llegar al final siempre un instante antes que su lector”, ha dicho Raúl Brasca en una entrevista publicada en el sitio La Internacional Microcuentista: sitio creado, entre otros, por el propio Gardella.
Las “maquinitas” de este libro llegan antes y, sobre todo, más que llegar a buen puerto, llegan ante todo a puertos imprevisibles: los puertos de la aventura.
Sí, las ventajas de ser breve son muchas (muchas más de las que enumeraba Marcial), sobre todo si se cuenta en abundancia, como Gardella, con eso que Henry Miller llamaba “la voz de la audacia” y los demás llamamos, más humildemente, imaginación.
Eduardo Berti
EL PASATIEMPO
En la plaza de un pueblo desértico hay un extraño carrusel en el que el tiempo avanza misteriosamente a medida que el círculo se mueve en el sentido de las agujas del reloj. Cada vuelta sobre su eje equivale a un año calendario.
Al principio es divertido ver como los niños se transforman en adolescentes. Es incluso emocionante para algunas madres poder ver que sus hijos conservan esas alegres sonrisas juveniles a pesar de las canas. Es aterrador, en cambio, cada vez que aparece algún caballo de madera dando la vuelta, ya sin su jinete.
