Cuando conocí a Adelfa intuí problemas, pero me equivoqué porque además traía soluciones. Pronta a cuestionar lo naturalizado de ciertos mandatos, no se queda en la mera queja, su ternura y su humor ejercen una vigilancia constante para rescatarnos de las pavadas que nos entrampan.
Hoy, cinco años después el Taller de Poesía del Pasaje Dardo Rocha en La Plata, quedó lejos y nosotras estamos cada vez más cerca, de nosotras mismas y de nuestra poesía. Cinco años después, Adelfa sigue aportando problemas por resolver: me concede el honor de escribir el prólogo a su libro. Y yo elijo, en honor a los aprendizajes compartidos en estos años del grupo, que no quiero hacerlo sola, porque somos cinco arroyos-poetas las que confluimos en estas líneas: Paola Raingo, Gabriela Cataldi, Gabriela Suárez, Adelfa Mosqueira y yo.
Adelfa, sabe a dónde quiere llegar con su libro: quiere volver a casa, al poema. Habitar el espacio quitándole trascendencia: llenándolo de esencia. Como el gesto de Marcial al llamar nugaes a sus epigramas, Pavadas de mujer asume el riesgo de la ironía, no hay falsa modestia, más bien se trata de quitar-se algunas molestias y avivar. La poesía que cura, libera al inconsciente y lo siente, lo registra, no es surrealista. Es el realismo del dolor que quiebra la sintaxis para darle coherencia al proceso de desentramparse de las ilusiones y ganar lucidez en el duelo.
Como en una novela policial, el crimen ya se ha realizado cuando comienza. Este poemario, relato escalonado y libertario de mandatos ostenta las trampas y así alerta a quien lea, para que sepa lo que le espera si no se cuida. Poemas que recuperan antiguas penas sin penarlas, sin la tragedia, con la mirada despierta, atenta y alerta: celebran.
Estela G. Czornomaz
A VECES
la nostalgia
arrasa
la razón
devasta
lo sembrado
semilla a semilla
en el páramo que regué
con cada mirada
de nuestra historia.