La fuerza de la literatura breve radica en que el lector se encuentra de golpe y sin aviso, y sin tiempo para escapar, con un texto que lo incomoda o que lo desacomoda de los estados de certidumbre. La parodia, la ironía y los intertextos son los condimentos primordiales con los que el autor construye cada una de las historias de este libro. Microficciones intensas, desaforadas y desgeneradas conforman un recorrido de lecturas que proponen una mirada inquieta sobre el devenir humano. Yo también maté a un terminator, entre otras cosas, invita a leer y releer, desde la inmensidad de lo breve, los textos consagrados de la literatura y la cultura universal desde una estética de la imaginación posmoderna.
YO TAMBIÉN MATÉ A UN TERMINATOR
La verdad es que los terminators no se la bancan. Son puro verso y efectos especiales que ganaron fama gracias a los músculos de Schwartzeneger. Mirá que venir a decirme a mí justamente que en el futuro las máquinas van a gobernar a la humanidad, y que por eso él, que no era más que un pedazo de lata de picadillo, me tenía que proteger de otro aparato como él que me quería eliminar porque yo iba a ser el líder de los humanos rebeldes que se enfrentarían con los tarados de metal del futuro. Ni una vez siquiera lo escuché decir la bobada de “Hasta la vista, baby” y de la Harley ni hablar. La cosa esa bajó del colectivo, el 40, el que para en la esquina de casa; a los dos de la tarde y con el calor que hacía. Ni campera de cuero, ni anteojos oscuros; buzo, camiseta de Boca, gorrito y ojotas. Yo estaba con los vagos, en la vereda, tomando tereré con jugo y escuchando cumbia, re-tranqui. Cómo nos reímos cuando lo vimos. El coso ese llegó desesperado con que tenía que ponerme a salvo, y que teníamos que apurarnos, porque el 40 que iba para el centro ya estaba viniendo y él apenas tenía unas monedas para el trasbordo. Ni empedo le dije, yo no necesito de una maquinita maricona que me defienda. Ahí nomás El Fierita, que es el más zarpado de los vagos, le dio tremendo golpe con el Termolar en la cabeza. El terminator quedó dando vueltas como un trompo y repitiendo error, error, error.
Al día siguiente, los vagos me avisaron que en el barrio había otro aparato como ese que parecía que me andaba buscando, yo les dije que lo dejen nomás que me encuentre, que acá estaba un futuro líder de la humanidad que se la banca todas. Cuando el terminator me encontró le bajé todos los dientes con una patada voladora que aprendí cuando hacía kung fu. Lo demás fue fácil, es como desarmar una licuadora. Por suerte, el precio del cobre volvió a subir, a estos terminator los voy a hacer plata, aunque sea para la birra.