Hay en este libro versos breves; tercetos, de diecisiete o veinte sílabas. Poemas urdidos en el asombro, en la manía inútil de atrapar el instante, en la pasión de lo efímero. También hay silencio. Mucho silencio. En verdad, más silencio que palabras; en el desierto de cada página solo existen huellas de una lengua austera, concisa, económica (no tacaña, ya que el sentido se multiplica hasta el derroche). Hay aquí, en definitiva, un dedo que señala el mundo para enseguida hacer desaparecer al dedo y al mundo. Además: escritura de caminante, de observador; poesía de la ambigüedad y el enigma. Versos que le deben mucho a los poetas del haiku, resulta obvio. Pero todavía más a la necesidad de andar a la intemperie. Y escuchar lo que nace del asombro, y del silencio.
Siempre lo supe
Hay un montón de tigres
en tu cuarto
Aquel hombre
en medio de la lluvia
¿qué es?
Recorre el mundo
la casa
del caracol