Una novela intensa que transcurre entre el enigma policial clásico y los delirios de una conspiración política nacional. Una historia sobre la política y el poder y los misteriosos caminos que recorren los hombres y las mujeres en su búsqueda. “Esperanza regresó a la sala, allí se concentraba la pestilencia que debía extinguir como si se tratara de un incendio. Fue sólo entonces, cuando no había más por hacer en la casa, que Esperanza iluminó con la linterna de su teléfono el bulto pestilente en que se había convertido su marido, y se dio cuenta de la pistola sobre el mantel, y de la sangre que goteaba desde el borde de la mesa”
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La casa estaba a oscuras, pero la puerta estaba abierta. Esperanza probó la llave de la luz antes de entrar del todo. El foco de la sala seguía tan quemado como cuando había dejado la casa unas semanas atrás. El aroma a alcohol, vómito y excremento la detuvo en seco. En la penumbra, vio a Ángel, tumbado sobre la mesa del comedor. Era Ángel, no hacía falta verle la cara. Estaba como siempre, con las manos estiradas hacia adelante y la cabeza ladeada. Otra vez borracho, pensó mientras se adentraba en la casa. Entró con los bolsos y lo ignoró, como se ignora y tolera un zapato fuera de lugar. Fue a la cocina, donde había luz, y puso agua en la pava. Necesitaba tomar mate después del largo viaje y confiaba en que el mate traería a Ángel a su lado, para poder decirle, no sólo hablarle, todo lo que tenía dentro y necesitaba desahogar ahora que había vuelto. Porque, al fin y al cabo, había vuelto para quedarse, pero con condiciones que pondría sobre la mesa, la misma mesa en la que yacía tirado ese hombre, su marido.