Cuando Augusto Monterroso despertó y el dinosaurio todavía estaba ahí, volvía, de alguna manera, al milenario el sueño de Chuang Tzu, quien, al despertar, no sabía si era Chuang Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Chuang Tzu.
Ambos participaban de un arte cuyo hilo común supieron encontrar Borges y Bioy en un volumen de 1953 titulado Cuentos Breves y extraordinarios, y cuyo estudio sistemático iniciara, en 1981, Dolores Koch.
Como el tango, que nació en un suburbio y hoy se canta en todo el mundo, la microficción se expande por todos lados, a la manera del zapallo de Macedonio, que se hizo cosmos y en cuya pulpa estamos inmersos.
Este libro quiere participar de esa tradición y sumar una gota al vaso, una raya al tigre.
F.V.
DIOS NO JUEGA A LOS DADOS 1
Un sábado de abril, a las seis de la mañana, el peletero Eduardo Enrique Elorriaga trota por los bosques de Palermo. En su trote pisa una hormiga, la cual fallece en el acto.
La hormiga era la reencarnación de Pablo Puertas, obrero de la construcción que, por una negligencia (dejó unas tablas sueltas), ocasionó la muerte de Hernán Heredia, también obrero de la construcción. El infortunado Heredia pagó la distracción de Puertas reencarnando en una nutria que vivió casi seis meses en los esteros del Iberá.
El día anterior al que iba a cumplir medio año de una bastante relajada existencia de nutria (una vida normal, con los pequeños tropiezos que cualquier nutria puede tener en la provincia de Corrientes), cayó en una de las trampas que un grupo de cazadores ilegales depositaba algunas noches a escondidas de la guardia ecológica. La nutria Heredia fue sacrificada ipso facto por los cazadores, y su cuerpo llevado en un camión a un depósito en la ciudad de Goya. Allí se separó: la carne por un lado y la piel, lo más valioso, por otro.
Un sábado de mayo, el peletero Eduardo Enrique Elorriaga recibe la piel de Heredia con la cual hará una bufanda, con la que solo Dios sabe quién se abrigará el próximo invierno.